JAVIER
DAMASO
Esto es un grito
poesía visual
La mirada perturbadora de la infancia
“Nadie puede explicarme
exactamente qué ocurre dentro de nosotros cuando se abren de golpe las puertas
tras las que se esconden los terrores de la infancia”.
W. G. Sebald, Austerlitz
No me resulta fácil hablar de ello. Si pienso en mi poesía visual siempre
debo partir de una mirada. Lo que importa es la mirada. Y, aunque en realidad
eso es también toda la poesía, un modo de mirar, en la poesía visual la
ausencia de palabra o su papel meramente acompañante, refuerzan la dimensión de
la poesía como un modo de ver, un modo de contemplar que nos perturba. Con su sesgo,
con su luz, su juego de claroscuros, su misterio, su espacio sagrado, de una sacralidad
humana, como una metáfora de lo innombrable. Como toda poesía, también la poesía
visual esconde y desvela. Esconde el misterio que se adivina en su interior sin
nombrarse; desvela aquello que es imposible de advertir desde otro lugar. Lo
que en otras ocasiones he llamado también, siguiendo a Walter Benjamin, la
iluminación profana. Y, visto desde ahora, todo ello no es más que nuestra
vida. ¿Qué otra cosa si no?
Hace muchos años, cuando terminaba
de pasar la frontera de los veinte, pensé en la poesía con una imagen: la
poesía era como subir a uno de los cerros que rodean la ciudad y, desde allí,
divisar el mundo. Subido a ese promontorio, uno podía ensimismarse, mirando ya
a la ciudad, ya a los campos abiertos, ya replegar la mirada hacía su propio
interior. El cerro no era ninguna torre de marfil, subir a él, subir a la
poesía, era colocarse en una perspectiva privilegiada y poder escoger el objeto
de la mirada. El cerro era la diferencia, la perspectiva “poética”, lo que
permitía al poeta mirar desde otro lugar y descubrir la visión que perturbaba,
ya fuera con palabras o con otros medios.
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Hoy, cuando vuelvo sobre mi poesía visual, veo en ella una mirada que
reconozco desde mi infancia. En algunos casos esa mirada es expresa, como se
podrá observar, pero incluso en los poemas más complejos, en los que tienen una
temática amorosa o política, de desamor o de desencanto, o en aquellos que cabría
considerar más intelectuales o en los conceptuales, puedo descubrir una mirada
infantil que unas veces persigue desmontar el castillo de juguete con sus
fantasmas, para mostrar su trastienda, y otras huir de él. Me resulta llamativo
que un recorrido por el tiempo mantenga aquella espontánea luz infantil, en
todo momento desconcertada, recelosa, que quería superar para siempre la mutilación
que significaban la ignorancia (¿inocencia?) y el desconocimiento de la
infancia. Y es que, cada vez que me enfrento a la poesía visual, como un taller
de hechicero, siento que retorno al viejo “cuarto de los cacharros” de mi casa
de niño donde desperdigaba todos los juguetes por el suelo y quería comprender
los misterios del mundo.
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Como si nada fuera lo que aparenta, mostrar otro lado de las cosas surge como una necesidad vital inapelable. La vida
exige de uno mismo una respuesta y los poemas visuales son respuestas a aquello
que nos perturba. Y vienen del recurrente espacio de la infancia, como si allí
estuvieran todas las respuestas, despojado de todos los atributos que hemos ido
construyendo en la vida adulta y se nos han ido fijando encima, como la
profesión o el estatus. Vienen del niño que ha ido mirando el mundo y se ha
encontrado en la necesidad de responder, de gritar, de intentar devolver las
cosas a un orden distinto del orden dislocando en el que están y que le ofende.
Y ni la madurez, ni la vida ni la experiencia alteran esa necesidad imperiosa
de salvar aquello que lo cotidiano y estructurado persigue enterrar. Una y otra
vez de entre los escombros de la vida adulta surge, incluso con fiereza, aquella
mirada que reconozco en mi infancia, esa pulsión inalterable de mostrar que la
vida no es como quieren decir que es, donde las cosas serias son los cálculos
de hipotecas o la decoración del saloncito, sino como, desde otro lugar, que
puede ser un cerro, pero que sin duda son nuestros ojos, se nos muestran las
deformidades, las estridencias, los claroscuros, las caricias, las heridas del
mundo. La mirada sangra y se duele, se descoyunta, como sangran y se duelen, se
descoyuntan las palabras. De ahí que no puedan hacer otra cosa que perturbar.
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NOTA DE PRENSA |
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DIARIO DE VALLADOLID. EL MUNDO, 2 de marzo 2023. Julio Tovar. Javier Dámaso reúne su poesía visual en el volumen ESTO ES UN GRITO |
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INFORMATIVO VALLADOLID 01/02/2023 |
ENTREVISTA FERNANDO DEL VAL A JAVIER DAMASO |